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Tengo un templo a mi dios, un templo maldito, lleno de velas y malos presagios. Tengo un don, el don de cagarla. De pedir en mi templo todo que aquello no se consigue por si solo.
Tengo un templo, un templo de amor. De pasiones desenfrenadas y besos dulces. De ropa tirada en el suelo de la habitación. De juegos en tu cuerpo.
Tengo un templo, un templo de la añoranza. De recordarte sin quererlo. De ser quien no quise o siempre decidí no serlo. De echar de menos cosas que una vez eche de mas.
Tengo un templo, un templo en el que rezo todas las noches para volver a toparme con esos ojos que un día me envolvieron sin quererlo. Un templo en el que puedo ser una niña tonta escribiendo poesía a las tantas de la madrugada sin que nadie lo sepa.

Y en realidad, ese templo no es mas que un lugar con el que todas las noches sueño y con el que todas las mañanas imagino. Una válvula de escape para no pensar. O quizás para pensar demasiado. Un lugar donde lo único que necesito son palabras que transformar en hechos. Un lugar donde nada de lo que me pasa me pase, donde la vida no exista, y muchísimo menos la muerte. Donde no exista un fin para el amor eterno, para la felicidad de los que amas, para que no exista la tristeza. 
Tengo un templo a mi dios, un templo maldito. Lleno de mentiras y perjuicios que nos dio la historia. Lleno de bonitas caras y malas intenciones. De humanos llenos de ira y rencor hacia personas que no conocen y quizás nunca lo hagan. Porque eso es un templo, un lugar donde no existe la pureza del amor hasta que no veamos lo bello en cada cual. Amamos a dioses que no vemos, creemos en escrituras que algún loco escribió hace siglos, matamos por un libro que nos dice que lo hagamos. 
Seamos personas señores, personas sin templos.

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